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1.- Atado a la nada



Quiero hallar esa verdad
que hace del hombre algo más
que el resto de los animales.

Quiero hablar hasta saciarme,
hasta hartarme de mi voz,
si con palabras la pudiera encontrar.

Quiero no bajar los brazos,
no dejar ya nunca más
de luchar por la respuesta.
Nos han atado a la nada
como sombras que se pasan,
pobres locos sobre un escenario...
Pero a la vez tenemos voz para cantar:
¡Dios, si existes, que yo te conozca!

No es fácil llegar a la Verdad,
pero aunque nos equivoquemos
en problemas, de altura y distancia,
tan sólo un pensamiento nuestro
vale más que todo el universo.

Quiero no bajar los brazos...

Explicación de la canción

Un joven no creyente, como muchos hoy, hizo algo fuera de lo común: en medio de una vida hundida en el vacío que brota de la superficialidad de buscarse a sí mismo -se llama Charles de Foucauld-, elevó a Dios la voz que liberó su vida: “¡Dios, si existes, que yo te conozca!” Sincero ante Dios, reconociendo incluso su falta de esperanza ante tal pensamiento (si existes...), no se detuvo. Contra sí mismo, contra su pasado y sus pasiones, consciente de que si Dios respondía, tendría que cambiar muchas cosas, buscó a Dios. Supo calcular el valor de lo que perdería: su nada y lo que ganaba. Dios, que no se deja ganar en generosidad, respondió a la sinceridad y humillación de aquel pequeño hombre con su gracia, la única capaz de colmar el corazón con bienes antes impensables para quien no le conoce.
Mirando hacia atrás, Charles lo recordará así: "Desde que me persuadí de que Dios existía, no he podido vivir sino para Él sólo".
Mereció la pena sufrir y Dios no le ahorró la cruz, como no se la ahorró Él mismo en la Redención. Aquel joven tuvo que mostrar su fidelidad a tan gran gracia, conocer la verdad sobre el hombre y su vocación de eternidad junto a Dios. Conoció su pecado como fuente de su situación anterior: el vacío. Y le restaba limpiar su alma de su vida pasada, con tanto mal como arrastraba en su interior, pero él se resistía a confesarse, no entendiendo del todo el plan de Dios, que tantas veces nos sobrepasa. Pero Dios, en su providencia, le movió a acercarse a un sacerdote casi sin saberlo, que, al verle, no le dijo más que estas palabras: “Póngase de rodillas y confiésese”. Charles lloró arrepentido su vida pasada y es hoy ejemplo de la correcta actitud ante la verdad y la incertidumbre de lo eterno; y de la misericordia de Dios, amante del humilde y sincero que se reconoce necesitado ante Él.