14 - 21 de julio de 2012
- Categoría: Noticiario semanal
Desde pequeños, nuestras madres nos han enseñado a llamar Madre a María. María es nuestra Madre del cielo. En la catequesis y en la predicación se vuelve constantemente sobre afirmaciones similares. Es más, el mismo Concilio Vaticano II enseña que María es la Madre de los miembros del cuerpo de Cristo, es decir, de la Iglesia. Por eso, el Papa Pablo VI pudo proclamarla, al final de este Concilio, Madre de la Iglesia. Lo acepto. No me cuesta aceptar el Magisterio de la Iglesia, pero me gustaría saber en qué se basa esa enseñanza y esa fe.
Siempre me ha costado entender la muerte de Cristo como un sacrificio. Recuerdo que de pequeño me dijeron que en la cruz el Padre castigaba a Jesús por nuestros pecados. ¿Cómo hay que entender la muerte de Jesús?
¿Por qué la Iglesia insiste tanto en la confesión de los pecados en el sacramento de la penitencia? ¿No cree que Dios no tiene necesidad y que, igual que sabe lo que nos conviene antes de que se lo pidamos, también sabe, y mejor que nosotros mismos, nuestros pecados? ¿No sería suficiente con una acusación genérica de los pecados, el reconocerse pecador y evitar así la vergüenza de decir a otra persona los pecados?
Hace algún tiempo conocí a una chica que me causó una buena impresión. Es una persona correcta, educada y creyente. Al hablar últimamente con ella me comentó que era lesbiana. Aunque no lo dijo, interpreté que tiene vida sexual con otra chica. Me confesó, con lágrimas en los ojos, que desde que era niña se sentía físicamente atraída por otras niñas. La vi bastante desesperada y sentí una gran compasión por ella. Como es creyente, se tortura constantemente ante su situación. Me pareció que ella esperaba que yo le dijera algo, pero, con la sorpresa que me causó, no supe qué aconsejarle. ¿Qué podría haberle dicho? Pienso que no se debe despreciar a esta persona porque su naturaleza le haya jugado una mala pasada.
Un sacerdote amigo me dice de vez en cuando que me elevo demasiado, que pienso en exceso en la vida futura, que hay que preocuparse más por las cosas de este mundo, comprometerse en la creación de una sociedad más humana en la que se pueda vivir felices, que la felicidad es también para esta tierra y que los cristianos tenemos que trabajar para lograrla, tanto para nosotros como para los demás, que tenga cuidado con las dicotomías, que tiendo a ellas y a un espiritualismo desencarnado, etc. Estas amonestaciones, por un lado no me convencen y me resultan incluso injustas, pero por otro lado me desazonan. El hombre ha sido creado para la eternidad y no para el tiempo. Pero mi amigo es un buen sacerdote y yo me quedo perplejo. ¿Tiene razón él? ¿Es que peco yo de espiritualismo? ¿O tengo yo razón y es él quien peca de un cierto temporalismo?
¿Qué puede hacer alguien que, después de haber llevado una mala vida y adquirido algún vicio, se convierte, pero no logra dominarlo y cae muchas veces en él?
En un curso de pastoral que estoy siguiendo salió un día el tema de la providencia. Uno de los participantes nos contó su experiencia. Varias veces en su vida Dios ha intervenido de manera inesperada cambiando el curso de los acontecimientos adversos. Pero el profesor comentó que hay que ser prudentes en el tema de la providencia, que los que se han encontrado con grandes obstáculos en la vida pueden pensar entonces que Dios es injusto. Como conclusión, se dijo que la providencia de Dios no puede manifestarse en las cosas materiales porque entonces Dios no sería justo. La experiencia me hace decir que, en medio de los mayores fracasos, la providencia puede intervenir sacando bien del mal. ¿Qué piensa usted?
Asistí el domingo pasado a un retiro en mi parroquia que tenía por tema "La verdad: ¿un valor?" Fue un retiro que me interesó mucho, pero confieso que me impresionó, sobre todo, lo que se dijo sobre la mentira. ¿Realmente es tan malo mentir? ¿No se puede mentir nunca? Yo creía que las mentiras piadosas se podían decir. Y además, no puedo permitir que alguien se meta en mi vida haciéndome preguntas sobre cosas que a él no le importan ni tiene derecho a saber. Cuando esto occurre, ¿no puedo mentir tranquilamente para defenderme?
En una reunión de familia salió el tema de la clonación y de las células madre. Todos parecíamos estar de acuerdo sobre lo monstruoso que es eso de fabricar seres humanos artificialmente. Pero, de repente, una sobrina mía salió diciendo que no entendía por qué la Iglesia tenía que condenar estas cosas. Que por qué no era lícito servirse de estas nuevas posibilidades de la ciencia y de la técnica para el bien de la humanidad, cuando con ello se podían curar enfermedades hasta ahora incurables, etc. Discutimos sobre el tema, pero no estoy segura de haberle hecho entender la verdadera posición de la Iglesia. ¿Podría resumirme lo que la Iglesia enseña sobre este asunto y por qué?
Cada vez me llama más la atención la fiesta que se organiza en muchos lugares durante la celebración de la misa en el momento de la paz, momento que precede imediatamente a otro muy íntimo. Comprendo que se trata de un signo de reconciliación fraterna antes de compartir el pan, en el que se nos da el alimento que nos une en un mismo cuerpo. Pero constato que se convierte fácilmente en un momento de expansión afectiva ruidosa. ¿Qué piensa la Iglesia de todo esto?
En los evangelios encontramos muchos relatos de prodigios realizados por Jesús. La historia de la Iglesia nos dice que numerosos santos lograron en vida hechos milagrosos. La Iglesia no canoniza a nadie sin que conste que, por su intercesión, Dios haya realizado al menos un hecho para el que la ciencia no encuentre explicación natural. Ahora bien, voy viendo que a muchos sacerdotes les molesta que se hable de milagros. ¿Podemos tener certeza de la existencia de milagros verdaderos? ¿Sirven los milagros para demostrar la verdad de la religión católica?
Teresa García Noblejas, Secretaría General de Profesionales por la Ética. Habla del 25 aniversario de la ley de la conciencia y sobre el nuevo código deontológico aprobado en junio del 2011, los cuidados paliativos y la muerte digna. También habla de la dignidad de la persona humana y la responsabilidad del médico con respecto al paciente.
Invitado: Don José Antonio Díaz, coordinador general de Asociación para el Derecho a la Objeción de Conciencia. Es profesor de Derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad de Alriorja. La asociación se fundó en 2002 por un grupo de farmaceúticos de Andalucía que estaban siendo obligados a dispensar la Píldora del día después, aunque iba contra su conciencia. El programa habla de los médicos que están obligados a practicar abortos y eutanasia, aunque va contra sus creencias morales.
Se habla sobre un documento que publicaron los obispos de España el pasado 24 de abril sobre el matrimonio, el amor, y la antropología de la sexualidad. El documento dice que no todo en la sociedad es cultura de la muerte pero sí es cierto que la sociedad actual está muy enferma, como se puede ver en la frecuencia del aborto, las relaciones sexuales pre-matrimoniales, las rupturas matrimoniales, la degradación de las relaciones interpersonales, la violencia en el ámbito de la convivencia domestica, etc. Estas realidades nos llevan a la necesidad de luchar por la dignidad de la persona y del matrimonio, y por la vocación de cada persona al amor.
Las festividades de junio (El Sagrado Corazón, San Pedro y San Pablo, San José María Escrivá) ayudan a redescubrir los valores humanos que han sido perdidos en la actualidad. En particular, San José María Escrivá nos recuerda que todos pueden alcanzar la perfección en medio de la vida ordinaria.
Gracias a la generosidad de nuestros bienhechores, hemos podido seguir hasta ahora. Pero las exigencias van siempre en aumento y con frecuencia surgen gastos imprevistos, como reparaciones, adquisición de nuevas máquinas, etc.
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