¿Cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad -primera y esencial- de la vida humana? ¿Cómo puede ser recluido lo más determinante de ella en la mera intimidad o remitido a la penumbra...? (...) ¿Cómo es posible que se le niegue a Dios -sol de nuestras inteligencias, fuerza de nuestras voluntades, imán de nuestros corazones- el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla?
Por eso es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa.
Estas son algunas de las valientes palabras que Su Santidad Benedicto XVI dirigió a toda Europa (en especial al pueblo español) en la visita que realizó a España en 2010 con motivo del Año Compostelano.
Benedicto XVI hizo un gran llamamiento a todos los países que integran el continente europeo: Encontrarse consigo mismos, no tener miedo de mostrarse como nacieron: profundamente cristianos.
La secularizada Europa, que en ese momento desenvainó la espada de la "cristianofobia" mediante la coerción de conciencia -aprobando y promoviendo leyes en contra de las conciencias cristianas en los ámbitos educativos y profesionales-, que comenzó a buscar una "libertad" y un "diálogo" entre culturas -anulando los signos religiosos de los entornos sociales-, y que insinuó la prohibición de libertad en la manifestación pública de todo acto religioso -con la falsa mentalidad de la "no ofensa a otras creencias"-, fue interrogada de manera pública, enérgica y, a la vez, profundamente paternal por el Santo Padre en uno de los países-cuna del cristianismo.
H.M. Televisión quiso recoger este apremiante mensaje en un corto pero intenso clip, con el deseo de mostrar cómo la Europa que quiere volver a nacer sin Dios ha sufrido en muchas épocas de esa enfermedad y cómo al fin, después de tantas guerras, de tantos testimonios de hombres y mujeres que dieron sus vidas por defender la libertad de conciencia y de religión como el sentido más noble y grande que un hombre puede tener, no se ha podido sino reafirmar que sólo Dios (el Dios de nuestras centenarias y asombrosamente bellas iglesias, el Dios de nuestros emblemas y escudos, el Dios de nuestras procesiones y cantos...), es el único "sol" que da luz y sentido a nuestra --a veces, tan ensombrecida- vida terrenal.