Himnos de la liturgia
Himnos de la Liturgia de las horas.
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Mis ojos, mis pobres ojos
que acaban de despertar
los hiciste para ver,
no sólo para llorar.
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Amo, Señor, tus sendas, y me es suave la carga
que llevaron tus hombros, que en mis hombros pusiste;
pero a veces encuentro que la jornada es larga,
que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste...
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Tras el temblor opaco de las lágrimas,
no estoy yo solo.
Tras el profundo velo de mi sangre,
no estoy yo solo.
Tras la primera música del día,
no estoy yo solo.
Tras la postrera luz de las montañas,
no estoy yo solo.
Tras el estéril gozo de las horas,
no estoy yo solo.
Tras el augurio helado del espejo,
no estoy yo solo.
No estoy yo solo; me acompaña, en vela,
la pura eternidad de cuanto amo.
Vivimos junto a Dios eternamente.
Vísperas, Jueves de la II semana del salterio
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Comienzan los relojes
a maquinar sus prisas;
y miramos el mundo.
Comienza un nuevo día.
Comienzan las preguntas,
la intensidad, la vida;
se cruzan los horarios.
Qué red, qué algarabía.
Más tú, Señor, ahora
eres calma infinita.
Todo el tiempo está en ti
como una gavilla.
Rezamos, te alabamos,
porque existes, avisas;
porque anoche en el aire
tus astros se movían.
Y ahora toda la luz
se posó en nuestra orilla. Amén
Laudes, Jueves de la I semana del salterio
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Porque anochece ya,
porque es tarde, Dios mío,
porque temo perder
las huellas del camino;
no me dejes tan solo
y quédate conmigo.
Porque he sido rebelde
y he buscado el peligro,
y escudriñé curioso
las cumbres y el abismo;
perdóname, Señor,
y quédate conmigo.
Porque ardo en sed de ti
y en hambre de tu trigo;
ven, siéntate a mi mesa,
bendice el pan y el vino.
¡Qué aprisa cae la tarde...!
¡Quédate, al fin, conmigo!
Vísperas, Jueves de la IV semana del salterio
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Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz, que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.
Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva,
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.
Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.
Guarda mi fe del enemigo,
¡Tantos me dicen que estás muerto!
Tú que conoces el desierto
dame tu mano y ven conmigo. Amén.
Vísperas, Martes de la I semana del salterio
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