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Meditaciones de Pascua
¡Cristo ha resucitado! Busquémosle. Así comienza Abelardo de Armas, Cruzado de Santa María, la primera contemplación de esta colección de meditaciones para el Tiempo Pascual. Estas meditaciones nacen de una profunda vida de oración del autor, y son para llevarlas a la vida, al día a día.
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En esta meditación, Abelardo de Armas va desarrollando cada uno de los dones del Espíritu Santo. A continuación nos exhorta a no apagar el fuego del Espíritu Santo en nosotros, a no poner triste al Espíritu y a acudir a María siempre que lo necesitemos, ya que Ella atrajo al Espíritu Santo sobre los apóstoles y ahora lo hace con nosotros.
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En esta meditación, Abelardo de Armas nos invita a pedir los siete sagrados dones del Espíritu Santo para toda la Iglesia. Pero nos avisa de que, para recibir esos dones, el alma ha de vaciarse totalmente de sí y dejarse mecer a impulsos del Espíritu.
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Los apóstoles se encontraron con Jesús, y durante tres años tuvieron la experiencia de vivir con Él. Quedaron enamorados de su presencia, cautivados por su palabra. Pero luego padecieron el dolor de su ausencia. El quedar sin Él fue un vaciamiento total y absoluto, pero fue necesario para poder recibir la efusión del Espíritu Santo.
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Tenemos que dejar a Dios que haga en nosotros lo que quiera. Esta es la exhortación que hace Abelardo de Armas en esta meditación. ¿Puede Jesucristo vaciarnos con su ausencia si no estamos locamente enamorados de Él? Si no le busco y no siento sus ausencias, es que no estoy enamorado de Él.
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En esta meditación, Abelardo de Armas reflexiona sobre la primera comunidad cristiana, y la necesidad que tenemos los cristianos actuales de vivir como ellos. Habla también, de la necesidad de un nuevo Pentecostés, que se dará si estamos dispuestos a orar constantemente y unidos al Corazón de la Virgen, dejando atrás mediocridades.
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En esta meditación Abelardo de Armas pide al Señor que «envíe su Espíritu Santo y se renueve la faz de la tierra». Nos exhorta también a permanecer unidos a la Virgen en esta espera de Pentecostés.
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Abelardo de Armas, explica que a los primeros apóstoles les segregó el Señor, los purificó mediante el Espíritu Santo que les fue dado; se transformaron sus corazones; cambió sus corazones endurecidos y cobardes en valientes y decididos. Esto lo hace el Señor también con la Iglesia hoy, y en la vida de todos los santos.
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Abelardo de Armas, en esta meditación, recuerda que estamos acercándonos a Pentecostés. Lo que celebramos, es que Dios se arrancó su corazón y nos lo dio en propiedad. Allí donde un cristiano se abre plenamente al Espíritu Santo, la fuerza de Dios sorprende a los que le observan. Es una fortaleza heroica y martirial que lleva a osadías y confianzas sin límite.
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Abelardo de Armas reflexiona sobre las palabras del Señor: “Salí del Padre, vine al mundo. De nuevo abandono el mundo y voy al Padre”. Cómo ese «salí» supone un vaciamiento de sí; el amor le hizo abandonar el cielo para venir a la tierra. Ahora, resucitado, vuelve de una manera distinta, como cabeza del Cuerpo Místico.
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