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Meditaciones sobre la fe
En este libro: “Meditaciones sobre la fe”, el autor, Tadeusz Dajczer, recoge meditaciones, reflexiones y máximas sobre los aspectos más importantes de la fe, cómo desarrollarla y de qué modo manifestarla en la propia vida.
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Es muy importante que aumente tu fe en su amor, que creas que Él anhela llegar hasta ti en la Eucaristía. Cuando creas lo mucho que Él te ama y te espera, sabrás que si tú retrasas tu llegada, Dios, en su loco amor por ti, sufre lo que en psicología se califica como “el tormento de la espera”. Cuando creas que Jesucristo te ama y te espera, entonces, como resultado de esa fe, deberá aparecer en ti el deseo y el ansia de la Eucaristía, un ansia atormentadora porque Él llegue. El tormento que se sufre cuando se espera a una persona es un tormento a la medida del amor que se le tiene.
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La Iglesia es nuestra madre. Como consecuencia de la secularización universal, nos falta la visión sobrenatural de la Iglesia. En el credo confesamos: «Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica». Esta confesión significa: me entrego confiadamente a la iglesia, igual que si me entregara a la persona de Cristo, porque abandonándome a la Iglesia, me abandono a Cristo. Confiando en la Iglesia, confío en Cristo, porque que la Iglesia es su cuerpo místico.
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Los apóstoles, totalmente pobres, desposeídos ya de todo, sin un signo visible de la presencia humana de Cristo, esperan junto con María en el Cenáculo. Y es entonces cuando, despojados, sumidos en el vacío, desciende hasta ellos el Espíritu Santo; quien, como dice la liturgia, es el Padre de los pobres. Entonces los invade su poder. Y, fortalecidos de esa manera, son enviados a la conquista del mundo para Cristo.
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Nuestra fe se profundiza con la pérdida de los sistemas de seguridad que tenemos, con la pérdida de esos elementos que nos hacen tener una sensación de fortaleza, de poder y de importancia. La privación de esas cosas deja en nosotros el espacio necesario para la fe, la cual requiere de la humildad. Dios, al privarte de tu fortaleza y poder, te acerca a Él, te coloca en la verdad y hace que lo necesites más; y esto es una gracia invaluable.
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Participar en la maternidad espiritual de la Iglesia, haciendo nacer almas para Cristo. Nada hay más importante que eso. También podemos hacer nacer almas para Cristo mediante el apostolado de la palabra y de la oración, pero el medio más eficaz es el sufrimiento. Es la forma más eficaz de apostolado, porque es el medio que comprende un mayor grado de despojamiento, el medio que tiene menos de ti mismo y más de Cristo. En ese medio es en el que con más amplitud se extienden los brazos de la cruz.
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Un medio pobre es, por ejemplo, la aceptación del sufrimiento por amor a Dios. Las rodillas doloridas durante la oración, los sacrificios que hacemos pero que nadie conoce, la anulación de uno mismo, la vida en el silencio, el pasar desapercibido y la contemplación. De esas cosas casi nada se sabe, porque se trata de medios invisibles, de medios que no pueden ser recopilados en las estadísticas sociológicas; pero son esos medios pobres los que, vistos a la luz de la fe, resultan decisivos para los destinos del mundo.
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La experiencia del desierto te ayudará a descubrir la necesidad de Dios y a conocer tu total dependencia de Él. Durante este periodo, en el que puedes vivir momentos muy difíciles de desánimo, tentaciones y oscuridad, también puedes conocer mejor tu propia incapacidad e impotencia. Cuando descubras la verdad sobre ti mismo y ruegues a Dios que te perdone, encontrarás, al igual que el hijo pródigo, esa gran ternura del Padre, esa gran alegría por tu regreso. Podrás mirarle a sus ojos llenos de amor. Dios, al perdonarte, al mismo tiempo edificará la humildad en ti.
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“Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca” (Ap. 3, 15-16). Para Dios, la tibieza en el hombre es una situación inaceptable. Es algo repugnante que Él no puede soportar en ti y, por eso, tarde o temprano, tiene que conducirte al desierto. Estar en el desierto radicaliza nuestras actitudes, hace que el hombre no pueda seguir siendo tibio, le exige volverse caliente o frío.
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La paz verdadera es el fruto de la vida interior, no en el punto de partida sino en el punto de llegada. Es el fruto de una fe que ha profundizado, como resultado de las pruebas a las que hemos sido sometidos. Aparece como resultado de lo que hemos elegido, no como resultado de lo que hemos conquistado. Si en tu vida hay ídolos, si hay ataduras y esclavitudes que atan tu libertad, no conseguirás la paz. Cuando alguien o algo se interpone entre tú y Dios, no puedes adherirte plenamente al Señor en el sentido de la fe y tampoco habrá paz en ti. ¡Qué lástima que tus sufrimientos sean un sacrificio en vano!
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A veces, las tormentas que vivimos en la vida resultan ser acontecimientos privilegiados para el desarrollo de nuestra fe. La tempestad en el mar, descrita en el evangelio, simboliza también, en cierta medida, nuestra situación cuando en los momentos difíciles de las pruebas de la fe, en los momentos de una mayor o menor tempestad, nos parece que Jesús nos ha abandonado, que está ausente. Las tempestades que vivimos pueden ser de diversa índole: pueden tratarse de tentaciones de pecado, de escrúpulos; de temores por el futuro, por la salud, por el trabajo; de tempestades relacionadas con las dificultades matrimoniales; etc. Ante esas tempestades se pueden manifestar dos tipos de actitud: el temor, como en el caso de los apóstoles ante la tempestad; y la calma, simbolizada por Jesús dormitando en la barca.
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María, al decir su “sí” en el momento de la Anunciación, no era plenamente consciente de lo que había aceptado. Pero eso no redujo el valor de su consentimiento, porque con sus constantes “síes”, a lo largo de su vida, lo confirmó. Dios amaba tanto a María que escogió aquel tratamiento tan duro para ella. Sabemos que Él trata de esa manera a sus amigos. Esa es la mejor manera de conformar al hombre a la imagen del Hijo de Dios.
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La fe se fortalece en las pruebas. Dios nos somete a pruebas para despojarnos de todo aquello en lo que se apoya nuestra fe y que no es Cristo. Dios y su palabra deben ser nuestro único apoyo.
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El humor es un remedio de valor religioso, gracias al cual puedes ver las tonterías que muchas veces te preocupan y no tienen valor. Trata de ver tu vida con ojos de fe, intenta reírte de ti mismo; puede que te resulte difícil porque la virtud del sentido del humor supone muchas veces actos heroicos. El sentido del humor cristiano te hará un hombre libre de ti mismo.
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Dios es infinita misericordia, siempre está dispuesto a perdonarnos, pero cuando empezamos a tomar una actitud de seriedad absoluta e inalterable le impedimos derramar su misericordia sobre nosotros. La virtud del humor es muy necesaria para que crezca en nosotros la fe. Tenemos como patrón de humor a santo Tomás Moro.
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El proceso de nuestra conversión debe conducirnos hacia el radicalismo evangélico. Dios nos llama a este radicalismo, Él desea que le entreguemos todo, sin reservarnos nada. Debemos ir aprendiendo de María, pues ella le entregó todo, es nuestro modelo de radicalismo.
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Tenemos dos patrones del sacramento de la conversión: Zaqueo y el ladrón arrepentido. También aparece, como contraste, la figura del joven rico, que al cumplir los diez mandamientos creía que no tenía nada de que arrepentirse. Necesitamos tener el corazón verdaderamente arrepentido, desprendernos de todo aquello que nos ata, para poder ser sensibles a la mirada misericordiosa de Dios y responder a su amor.
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En el sacramento de la reconciliación, nuestra fe atraviesa por una gran oportunidad de crecimiento que deja de ser eficaz cuando permitimos que se convierta en una rutina. El sacramento de la reconciliación es un canal especial de gracias.
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Para que nuestro pecado llegue a convertirse en la feliz culpa, tenemos que reconocerlo. Una de las funciones del Espíritu Santo, es convencernos de que pecamos, pero no nos podemos quedar en este reconocimiento, es necesario que estemos abiertos a los dones del Espíritu Santo. No se puede conocer a Cristo si no conocemos al hombre, por eso se puede decir que sólo los santos han conocido verdaderamente a Cristo, porque se han conocido en profundidad a sí mismos.
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Al ponerse a prueba nuestra fe y vernos despojados, nuestra confianza en Dios se hace más dinámica. Las situaciones difíciles, tanto externas como internas, que exigen nuestra conversión, deberían dinamizar la adhesión a Cristo para unirnos y confiar plenamente en Él.
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Un niño reconoce que carece de todo, que no tiene nada, espera en que le será dado todo aquello que necesita. En algún momento de nuestra vida es necesario convertirnos en niños, esperarlo todo del Señor. Dios necesita tu fe de niño para poder hacer milagros en ti.
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Cuando analizamos cómo surge el mal en el hombre nos damos cuenta de que en los cimientos del mal está la falta de sencillez y el no confiar como un niño en Dios. El hombre que desconfía se siente amenazado, el pecado de desconfianza crea un clima de temor. El temor contra el que no luchamos es un temor del que somos culpables.
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Ser pobre significa ser dependiente. En la vida de Jesús vemos tres momentos en los que su pobreza llega al colmo, cuando Él, Dios, se convierte en un ser totalmente dependiente: en Belén, en el Calvario y en el Santísimo Sacramento.
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El creyente no espera nada de sí mismo, ya que todo espera del Señor. “Bienaventurados los pobres de espíritu”, los que no están apegados a nada y esperan todo de Dios. Dios, al acercarse al hombre, lo debilita. Es tu debilidad la que da sitio a su poder.
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El apoyarse en Dios tiene que convertirse en abandonarse en él. “Señor, que sea como tú quieras, porque tú me amas y sabes mejor que nadie lo que me hace falta”. Abandonarse en Dios significa entregar nuestros propios planes y visiones. Amar a Dios significa recibir su amor, su celoso amor por ti, que desea protegerte de todo lo que puede ser un peligro para tu libertad y tu fe.
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Cristo nos enseña cómo ha de ser la actitud del abandono. Él llegó hasta nosotros totalmente indefenso. Cristo, despojado y pobre, quiere ir delante de nosotros por la senda que nos conduce a la pérdida de nuestros propios sistemas de seguridad.
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La fe también es apoyarse exclusivamente en Él, es expresión de la confianza que le tenemos. El hombre trata de controlar la situación venidera y busca en ello un apoyo y un sentimiento de seguridad. La fe es no apoyarse más que en Dios.
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Lo que más nos impide adherirnos a Cristo es la búsqueda de nosotros mismos, la búsqueda de nuestra propia voluntad. Esa búsqueda nos puede apartar totalmente de la fe.
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Para que nuestra fe sea más profunda, para adherirnos a Cristo, hemos de someter nuestra voluntad a la suya. El hombre se defiende ante la anulación de sus propios deseos. En esto puede estar oculto un egoísmo inconsciente.
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La fe es también una adhesión existencial a la persona de Cristo, como único Señor y único amor. La adhesión a Él es la respuesta a su mirada llena de amor y a su llamada. Esta adhesión a Cristo requiere que el corazón esté libre, rechazando todo lo que nos esclaviza.
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Dios quiere que tengamos una visión sobrenatural, de fe. El talento es un don y el Señor no es indiferente al uso que hagas de ello. ¿Qué es lo que haces con este talento? Incluso en los momentos de dificultad, de fracaso, todo es gracia, todo es don.
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Sobre la Virginidad de María
Acto de despedida en el aeropuerto de Labacolla con la presencia, al igual que en el acto anterior, de los Reyes de España. Discurso de despedida del Papa: "¡Hasta siempre, España! ¡Hasta siempre, tierra de María!".
Acto europeísta en la catedral de Santiago
En la Catedral del Apóstol, acto europeísta. En su discurso, Juan Pablo II habló de las raíces cristianas de Europa y de su necesaria renovación espiritual y humana. Oración ante el sepulcro de Santiago.
A los hombres de mar
En la plaza del Obradoiro, encuentro con las gentes del mar. Discurso papal sobre la dignidad del trabajo humano y la toma de conciencia de que todos estamos en la barca de Jesucristo.
En la misa del peregrino
Misa del peregrino en las instalaciones del aeropuerto de Labacolla. En la homilía, Juan Pablo II habla de que "la fe católica constituye la identidad del pueblo español". 1982 fue Año Santo Compostelano.
A las religiosas e Institutos Seculares en Madrid
Encuentro con las religiosas y miembros de Institutos Seculares femeninos en el Palacio de Deportes de la capital de España. En su alocución, el Santo Padre habla del sentido de la vocación y del seguimiento cotidiano a Jesucristo.
En la ordenación sacerdotal en la Alameda (Valencia)
En la Alameda, celebración eucarística con ordenación sacerdotal de 141 diáconos de toda España. Es el acto de este viaje dedicado especialmente a los sacerdotes. En su homilía, el Papa habla del ministerio sacerdotal al servicio de los hermanos y de la necesidad de que los presbíteros sean "sacerdotes de cuerpo entero". Al final de la Eucaristía, el Papa hace entrega al Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Gabino Díaz Merchán, de un mensaje a los seminaristas de España, en el que señala que se preparan a ser "futuros sacerdotes en un mundo que necesita ver huellas claras del evangelio".
A los ancianos en Valencia
Encuentro con los ancianos en la plaza del Santuario de la Virgen de los Desamparados. En su discurso, el Santo Padre expresa la preocupación pastoral y el afecto de la Iglesia hacia los hombres y mujeres de la tercera edad. Posterior visita del Santuario y de la Catedral.
En el estadio Camp Nou Barcelona II
Eucaristía vespertina en el Estadio del Nou Camp, en cuya homilía llama a los fieles a "adoptar siempre actitudes auténticamente cristianas en la vida personal y social".



